Muchas veces consideramos que algo siempre ha sido como ahora es. Llevándolo a la arquitectura y el arte, consideramos, por ejemplo, que el románico siempre se valoró como un arte antiguo medieval. Sin embargo, eso esta lejos de la realidad, pues hubo un tiempo en que el románico se dejó morir pensando que era una arquitectura y un arte fácil que no merecía ser conservado. Todo cambiaría en 1907.
Surgido durante los siglos XI, XII y XIII, el estilo románico surgió en paralelo en diversos países europeos, pero básicamente lo podemos ubicar en España, Italia, Francia y Alemania. En un momento de auge de la iglesia, esta apostó por este estilo para realizar construcciones más complejas. Eso sí, más complejas según la época. Si las comparamos con posteriores serían construcciones más sencillas. Y esa es la comparación que se hacía antiguamente.






Durante el siglo XIX, muchos países vieron un movimiento romántico donde se recordó el pasado medieval de sus naciones y se exaltó las grandes victorias de estos durante esa época. Esto no pasó en España pues, como siempre, estábamos liados matándonos los unos a los otros en guerras carlinas. Pero toda corriente llega, y la corriente romántica nos llegó ya en siglo XX.
El fin del modernismo
Curiosamente, un arte tan antiguo y tan defenestrado como el románico ayudaría a rematar a un estilo tan vitoreado y tan personal como el modernismo. Y es que, en arquitectura, el hijo siempre quiere matar al padre que tanto le ha enseñado: al románico le mató su hijo, el gótico. Y el modernismo hizo lo propio con el eclecticismo o historicismo, al cual consideraba demasiado racional y estricto. Pero el hijo del modernismo ya había nacido: el novecentismo. Y afilaba sus puñales para herir de muerte al modernismo.
El novecentismo, en este caso, fue el estilo surgido en 1900, tal como cita su propio nombre. Se trataba de un estilo que apostaba por la coheréncia, por el sentido más estricto de las formas, mejor proporción de sus elementos y líneas rectas o curvas pero de radio constante. Si lo comparamos con el modernismo, con sus giros y contragiros, formas naturales y barrocas, recargadas… observamos que el hijo quiere diferenciarse del padre.
En este aspecto, el novecentismo buscaba aliados para matar al padré y lo encontró en la coherencia del románico medieval. Así, los que apostaron por el novecentismo quisieron documentarse más sobre el estilo medieval y de aquí surgió la expedición más digna de una aventura de Tíntin.



Ejemplos de novecentismo
1907: una expedición que todo lo cambiaría
En Barcelona, el Instituto de Estudios Catalanes juntó a diversos expertos en sus materias con la misión de catalogar y proteger el patrimonio artístico catalán. Los escogidos: un gran arquitecto más que conocido junto a su pupilo, Josep Puig i Cadafalch, un jurista e historiador, Guillem Maria de Brocà, un arquitecto novecentista, Josep Goday, y un fotógrafo, Adolf Mas Ginestà.
La expedición no saldría de Cataluña. Bueno, más bien si que tendría que salir de Cataluña, pues aunque el destino era la Vall de Boí, en 1907 salía más a cuenta llegar desde Toulouse que desde Lleida. Así, el equipo se puso en marcha y llegó en setiembre de ese año al lugar. Parece fácil, pero en ese momento la Vall de Boí era solo un conjunto de aldeas y pueblos muy rurales sin carreteras y con caminos de mulos, con una vida muy dura. Según relataron estos aventureros, la ruta fue muy dura, con bajas temperaturas y mal tiempo.


El arte para vertebrar una cultura catalana
Pese a la mala experiencia en los caminos, el descubrimiento fue un éxito. Esta expedición dió con diversas obras que estaban siendo devoradas por la naturaleza y a las que no se les daba ninguna importancia.
Fueron poco más de 10 días de expedición, pero las fotografías y los datos obtenidos fueron tan importantes que, de pronto, toda la catalanidad miraba con ilusión esas joyas del románico.
Pero, como si fuera una aventura de Tintín, también había una figura malvada: un comerciante de arte. Así, una vez descubiertas estas joyas acabó en Bostón: unas pinturas románicas reales. La Junta de Museos vio como debía moverse rápido, de modo que contrató a este mismo comerciante para “autocomprarse” esas pinturas y trasladarlas a museos. Así es como Cataluña se autoexpolió sus pinturas románicas, en gran resumen.