Museu del ferrocarril de Vilanova

Tiempo medio de la actividad4 horas
Franja de tiempo ocupadoMedio día
Tiempo aproximado desde Barcelona45 minuts
Ideal para: niños, adultos, aficionados a los trenes, historia, industria

Si hay algo que aún hoy día nos parece espectacular, esto son los trenes. En especial, los de vapor: un sinfín de uniones, metal y mecanismos hechos hace más de 100 años que sabemos que revolucionaron el mundo en que vivimos. Pues tenemos una gran noticia: en Vilanova tenemos uno de los museos más importantes del ferrocarril y, de trenes de vapor, los tenemos a puñados.

Hoy nos centraremos en este museo, una pequeña joya ubicada en Vilanova i la Geltrú que bien merece una visita profunda (en otro post, eso sí). Se trata de un museo como se concebían hace 20 años: muestra mucho, pero lo muestra a granel. Aunque han hecho un esfuerzo para dar algunas actividades a los más pequeños y el personal fue siempre muy atento, el museo necesita compararse con otras visitas más interactivas de otros museos actuales.

Pero no empecemos a criticar, pues es una gran visita que recomendamos y no queremos dar una idea equivocada. Ya al final meteremos un poco más de caña.

El ferrocarril y Cataluña

El ferrocarril nace en Gran Bretaña en 1826 (la primera línea Liverpool-Manchester), del brazo de los nuevos inventos como la máquina de vapor y de la evolución en el tratamiento de materiales (básicamente hierro, por qué es lo que más necesita). Ah… ¡y del dinero! El ferrocarril ha sido una máquina de engullir capital, no existe un proyecto barato. Pero, sin duda, lo devolvió con grandes intereses a quienes invirtieron (al menos hasta 1866).

Europa y el mundo observaban este primer ferrocarril como quien analiza un experimento de unos jóvenes científicos patrocinados por una universidad: con curiosidad, pero con cautela. Sin embargo, este primer experimento salió perfecto y dio grandes beneficios además de dinamizar las zonas. Como fue un modelo de éxito, el resto de las naciones rápidamente lo imitó.

¿Rápidamente? Bueno, allí andamos siempre desde la Península Ibérica, con nuestro habitual retraso. El primer ferrocarril de España hoy nos queda lejos: fue en Cuba. Pero el segundo ya lo encontramos en Catalunya, concretamente entre Barcelona y Mataró, en 1848. En esto, los catalanes siempre llevábamos ventaja respecto al resto del país, básicamente por las ganas de invertir: entre 1839 y 1866 la tasa de inversión del Producto Interior Bruto (PIB) fue del 10%, lo que es una animalada y nunca más hemos visto. La gente (aquellos que podían) creían en el crecimiento y destinaban gran parte de su dinero a la inversión. Fueron años de grandes proyectos que aun hoy utilizamos y bajo el que se sustenta nuestra industria y ciudades.

¿Pero por qué tan lentos adoptando una tecnología que ya había arraigado en el resto de Europa? Pues porqué aquí preferíamos matarnos los unos a los otros en las guerras Carlinas. Debemos recordar que durante el siglo XIX España siempre estuvo en alguna guerra, y algunas fueron dentro de la península, con la inestabilidad que ello supone.

Sin embargo, una vez terminada la guerra, los capitalistas estaban hambrientos de llenar la geografía española de vías. Este primer tramo entre Barcelona y Mataró no dejó de ser un experimento, el cual salió exageradamente bien y se extrapolaron a otros proyectos que eran un poco más “reguleros”. Pero en ese siglo, si un pueblo se quedaba sin ferrocarril era como si hoy no tuviera Internet: se quedaba condenado al olvido económico.

Inciso: antes del ferrocarril debemos pensar en una Península Ibérica unida por caminos horribles, los cuales en gran parte aun eran de la época romana. Todo el transporte de interior se hacía con carretas y animales…

¿Quién pagaba este derroche de inversiones?

Depende del lugar, el capital era más privado o menos. Podemos decir que adoptamos modelos económicos europeos distintos en cada parte de España. En Catalunya adoptamos un modelo británico, con capital privado financiando las inversiones. En el resto de España, el modelo fue más austríaco, con el Estado incentivando su construcción con subvenciones. Pero, antes que levantemos el hacha de guerra pensando en autopistas, debemos pensar que algunas de estas inversiones catalanas pudieron ser subvencionadas y no lo fueron porqué los capitalistas tenían prisa. Sí que es cierto que, si debes esperar la subvención en España, siempre puede ser que mueras esperando (¡esto no ha cambiado!).

Gran parte del capital para trenes en Cataluña vino de Gran Bretaña. En cambio, las líneas de la época más importantes (Zaragoza, Madrid y Pamplona) fueron financiadas por franceses. En el fondo todo dependía de contactos y gente influyente.

El crecimiento y el origen del ferrocarril en Vilanova

Hasta 1866, año en que sucedió una gran crisis, el ferrocarril era símbolo de éxito. Por un lado, daba dinero a los que invertían con retornos aproximados de un 8-9% de intereses anuales. Por otro, dinamizaba las zonas por donde pasaba ya que los productos fabricados podían exportarse a zonas lejanas.

El transporte intermodal (ese que conecta varias formas de transporte) paso a ser el rey. Empezaba por una simple carreta, se llegaba a una estación de tren y puede que este lo llevara a los puertos donde embarcaban en un carguero. El tren era más rápido, podía cargar más cosas y era más barato que muchos de los transportes de la época.

Vilanova, ubicada entre Barcelona, Tarragona y Reus, y con conexión marítima, fue un lugar estratégico donde, obviamente, también llegó el ferrocarril. Fue entre 1882 y 1884 y, además, también se crearon unos almacenes-taller donde guardar y reparar los trenes. En 1967 estos talleres se cerraron y no fue hasta 1990 que reabrió como museo.

¿Qué encontraremos en el museo?

Si medimos el museo por cantidad de exposición, este es uno de los más espectaculares que podemos visitar en Catalunya. Disponen de más de 60 vehículos de todas las épocas y países. En concreto podemos pasear entre 28 máquinas de vapor, que van desde una de las más antiguas hecha en 1854 hasta las que nos abandonaron hace escasos 50 años. También encontraremos maquinaria diésel y eléctrica, como los Talgos que tanto sonaron.

Lo podemos explicar con palabras, pero acumular tanta cantidad de máquinas y poder pasearse y subir entre ellas es una experiencia que vale la pena vivir. Podemos ver en detalle como la industria ferroviaria avanzó a pasos agigantados durante estos 150 años.

Otro punto muy a favor de este museo es como nos presenta temas vinculados al ferrocarril: podemos ver detalles de cómo funcionaba (o funciona) el transporte de cargas hasta curiosidades del transporte de personas. Concretamente, en este último, podemos ver un tren con clases diferenciadas de vagones, para ver las diferencias entre la “primera clase” y la “clase turista” del siglo XIX.

Además de ello, el museo nos presenta diversos tableros de mando de gestión ferroviaria (lo que sería la torre de control de la red). Podemos ver desde un antiguo mando hasta uno ya más digital. También nos presentará aspectos técnicos, como los diversos anchos de vía, u otras máquinas ferroviarias más dedicadas al mantenimiento y construcción de vías.

Finalmente, el museo está construido en unos almacenes que son muy bonitos y donde podremos ver en vivo un puente giratorio.

Si vamos con niños, el museo nos ofrece alguna experiencia más, como la lectura de cuentos y, hasta hace poco (se anuló por el Covid) un traslado en una antigua máquina dresina (parece un pequeño bus con vías… era utilizado para trasladar personal de servicio).

Un buen museo que necesita pensar en grande

Lo decimos de entrada: nos encantó y lo pasamos genial. De hecho, no lo acabamos (ir con niños pequeños a veces exige visitas más cortas). Pero el museo, que, por instalaciones y cantidad de elementos expuestos, es de los mejores, necesita mejorar la experiencia del visitante. Se muestra como el museo que fue inaugurado en 1990. Aunque suponemos que los gestores han innovado y han ofrecido más cosas desde su inauguración, el museo no está a la altura de otros museos de ciencia y tecnología.

Si comparamos con otros museos europeos como el de Berlín, vemos que falta algo. Pero no hace falta viajar por Europa. El Caixaforum o el Museu de la Ciència de Terrassa también son ejemplos más dinámicos en una visita. A modo de ejemplo, faltaban hologramas o realidades aumentadas, mayor interactividad en algunos detalles (¿qué tal una mesa de operaciones ferroviarias que pudieras jugar a que no choquen los trenes?) o explicaciones más prácticas de detalles de cargas o mantenimientos. Suponemos que ir en tren estaba antes del Covid, pero en nuestra visita echamos de menos subirnos a algo en marcha. También faltaría cuidar más de los exteriores, ya que hace tiempo que no es un almacén y podemos hacerlo más “bonito”.

En fin, es un buen museo, es divertido y a nuestros peques les encantó. El personal fue encantador, pusieron todo de su parte. Recomendamos visitarlo y lo recomendamos con sinceridad. Pero, si algún día alguien con el suficiente poder nos lee, le recomendamos que ponga inversión para cuidar esta joya y atraer más visitas con un museo de vanguardia.

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